Peru / 10 min read
The fig trees of Siguas: relics that nurture
Las higueras de Siguas: reliquias que nutren
Crops migration during the colonial era created living monuments that still give life in an archaeological Peruvian valley
Las higueras centenarias de Siguas –de origen hispano– tienen cuatro siglos y se encuentran rodeadas de un paisaje arqueológico en el sur de Perú. Su historia muestra una enigmática adaptación a un entorno singular, en donde culturas ancestrales encontraron un lugar para crear y vivir. En la actualidad, son un componente esencial del paisaje que las adoptó hace cientos de años. Esta historia retrata dicha coexistencia.
Este legado de más de 400 años se encuentra rodeado de un paisaje arqueológico del Antiguo Perú y se erige como un puente vivo entre América y Eurasia
Chimbango o pan de higo. Ambas recetas con historia. La primera es el resultado de un cruce entre lo hispano y lo indígena: consiste en fermentar higos secos como si se elaborase una chicha, bebida muy tradicional en el Perú desde tiempos remotos. La segunda es más bien hija del mestizaje mediterráneo, en donde se vislumbra el paso de griegos, egipcios, romanos, árabes y otomanos, quienes desarrollaron técnicas sofisticadas para conservar los higos y tener un alimento denso en nutrientes durante todo el año. Tales huellas del pasado se dejan ver en Siguas (Arequipa, Perú), en donde viven las higueras más antiguas del mundo en estado productivo.
La biografía de las higueras es la biografía de la humanidad. Ninguna otra especie marcó a tantas religiones, leyendas, mitos y civilizaciones como estos árboles de origen asiático que se convirtieron en el sustento de tantos en diversas regiones mediterráneas y de Asia Menor. Desde las meriendas de los aguerridos espartanos hasta la cura del médico persa Ibn Sena, su estatus en el mundo antiguo alcanzó picos inusuales para el mundo moderno. Y razón no faltaba: allí en donde hubiese aridez, salinidad, insolación agresiva y carencia de agua, este árbol místico podía asomar con reciedumbre y proveer, a través de los higos, una balanceada suma de nutrientes para jolgorio –y a veces supervivencia– de ricos y pobres.
El destino de esta especie está lleno de historias de migración, viajes y adaptación a nuevos entornos. Por ello, quizás no deba sorprender que su manifestación productiva más antigua se encuentre en Siguas, un valle oculto de Arequipa, provincia del sur del Perú caracterizada por sus imponentes volcanes y un particular orgullo regional. Aquí, en este valle luminoso y árido, escenario de intercambios culturales desde hace milenios, estas higueras –introducidas a inicios de la colonia española– destacan por su grosor y carácter en medio de ruinas prehispánicas, petroglifos y geoglifos que, junto a ellas, componen un enigmático paisaje cultural y agrícola.
Miles de años antes de la llegada de las higueras, Siguas ya era un corredor por el cual transitaban caravanas y nómades que dejaron huellas visibles hasta el día de hoy. El lugar más estudiado, sin duda, ha sido Quilcapampa la Antigua, un sitio formado en el siglo IX por familias procedentes de la sierra central del Perú y pertenecientes a la cultura wari que ha atraído el interés de diversos investigadores, intrigados por las condiciones que propiciaron su construcción sobre peñascos llenos de petroglifos.
La relevancia de Quilcapampa para el valle es indudable: este enclave wari fue un punto de intercambio político y económico que conectaba la costa con las regiones altas, aún cuando tuvo una historia corta que incluyó una ceremonia de clausura debido a que las familias que la conformaron “tenían dificultades para mantener vínculos con el mundo que dejaron” (1). Las huellas de sus hábitos alimenticios aún permanecen en el suelo de este monumento, pues restos de maíz, quinua, papa, ají, molle y cuy –entre otros– se encontraron durante las excavaciones que efectuó el grupo de investigadores liderado por el antropólogo Justin Jennings en 2013, 2015 y 2016.
Así como higueras, molles y sauces, la tierra roja y las piedras volcánicas también caracterizan a este valle subtropical, el cual encuentra frescor cerca del río que lo divide y que fue hábitat de millones de camarones (hoy casi desaparecidos por el impacto del proyecto de irrigación Majes Siguas I en los 80). Allí emergen sauces, carrizos, retamas y cola de caballo, arropados por un entorno que tranquilamente podría verse como hace 1000 años.
Esos tonos rojizos se reconocen en la pampa que acoge al geoglifo Gross Munsa, situado a diez kilómetros de Quilcapampa y en buen estado de conservación. O en los cerros colorados ubicados en frente del higueral biodinámico que motivó esta historia, entre los cuales nacen quebradas que unían al valle con otros pueblos del Perú y que contienen piedras con petroglifos que revelan la cosmovisión de quienes habitaron este lugar hace milenios. Incluso a veces, cerca de las rocas, se descubren bolsones con la ceniza que arrojó el volcán Huaynaputina en 1600 y que arruinó a los incipientes viñedos coloniales del valle.
"La albacor es de origen norteafricano. Al-bakura, en árabe, quiere decir ‘primerenca’ (‘temprana’). Se introdujo en Mallorca con la invasión islámica y se diversificó: blanca, comuna, de molla vermella, etc”
- Montserrat Pons i Boscana, dueño de Son Mut Nou (la colección de higueras más extensa en el mundo) en Mallorca.
Los higos, de la variedad albacor, llegaron hace 400 años desde España –puede que hasta un poco más– y se encontraron con un paisaje cultural rico en intercambios culturales, tal como lo revela la evidencia hallada en Quilcapampa. Ya en el siglo XIX y buena parte del siglo XX, los higos secos constituían un elemento importante del sistema alimentario local junto con el vino, el trigo, la manteca de cerdo, las granadas y los pacayes.
En ese entonces, estos alimentos se intercambiaban por productos que traían las caravanas provenientes de las alturas –les decían arrieros–: higo, vino y trigo por quinua, mashua y papa seca. La historia se repetía. No en vano, el nombre de la hacienda que operó a mediados del siglo XX en el valle, con el trigo, la papa, el vino y los higos como estandartes, fue Quilcapampa, tal como el enclave wari que la antecedió hace más de 1000 años.
El presente de las higueras en Siguas se define por la resistencia. Los montes vienen desapareciendo para hacerle campo al ganado o por el desborde del río, su hábitat ahora se restringe a zonas de difícil acceso o acequias en donde no entorpecen el maniobrar de los tractores, las brevas se cosechan cuando cultivos más orientados a la agroindustria dejan algo de tiempo. La infravaloración de los higos es algo común, incluso en el Mediterráneo, en donde hasta hace unos años se los consideraba un cultivo poco rentable. Aún así, y sobre todo merced a sus redescubiertas propiedades nutricionales y su versatilidad gastronómica, los higos parecen recobrar algo del esplendor del pasado. Siguas no es la excepción.
Las higueras son dadivosas: se conforman con poco y entregan mucho. Pero cuando son tan antiguas, vale la pena crearles un espacio amable, en donde interactúen con otras especies y se enriquezcan de buen compost. Por ejemplo, las higueras que motivaron este reportaje (unas 45) están rodeadas de ortiga, diente de león, cola de caballo y molles, y se conservan fundamentalmente mediante la gestión holística del paisaje. Con sus higos ahora se elaboran recetas como el pan de higo, sustitutos del café y preparados enriquecidos con ortiga y trigo germinado. Algo similar ocurre con proyectos en el Mediterráneo, como Son Mut Nou en España o Askada Farm en Grecia, los cuales preservan tradiciones del higo recurriendo, precisamente, a su rica historia.
En el caso puntual de las higueras locales, a través de su despertar no sólo se regeneran los frágiles ecosistemas que las rodean, sino también se revaloran variedades que tiñen el paisaje cultural y que hasta hace poco se consideraban malezas (como la ortiga) o cultivos destinados al fracaso financiero (como el trigo). Esta adopción del concepto de “terroir”, mediante el cual los alimentos son la emanación de todo un sistema que integra geología, botánica, historia y manejo holístico del paisaje, ayuda a reconciliar cultura y naturaleza en un presente que puede definirse por la regeneración, aún cuando la densidad poblacional del lugar sea bajísima (razón por la cual no se ven personas en estas imágenes).
La higuera invita a observar y comprender el pasado de diversas civilizaciones, pero vaya que también puede contribuir significativamente en un futuro en el que nos veremos asediados por el cambio climático. Su desarrollo en suelos pobres, su tolerancia a la aridez y su rusticidad la convierten en una aliada segura para preservar la seguridad alimentaria. “El árbol del pasado y del futuro”, me dijo alguna vez Paolo Belloni, experto en higos y fundador de I Giardini di Pomona en Puglia, Italia. ¿Crearán acaso las higueras del futuro nuevos mitos?
Los higos de Siguas, por ejemplo, ayudan a mantener a diversas especies de insectos que pugnan por sobrevivir. No digamos a la enigmática blastófaga, la avispilla que vive en simbiosis con los higos y se deja ver en la primavera, sino a las avispas, sus hermanas mayores, las cuales han convertido a montes arqueológicos como el Pueblo Viejo de Pitay en enormes avisperos. O a una que otra abeja solitaria que viene a recobrar fuerzas atraída por el aroma de los higos cuando se deshidratan al sol.
La regeneración que se aprecia en el presente insinúa nuevas formas de creación de valor mediante la cocina solar –recordemos que los higos secos son, por tradición, secados al sol– para aprovechar toda la cosecha –unos 1000 kilos por temporada–. Así, la tradición se encuentra con la innovación: higos pequeñitos y duros se convierten en café tostado al sol, o variedades nativas bastante infravaloradas como el pacay o la guayaba, que suelen quedarse enterradas por falta de manos que las cosechen, se convierten en láminas deshidratadas que luego dan vida a esculturas comestibles.
En este valle, cuya imagen no difiere significativamente de la que tuvo hace 1400 años –a pesar de la pérdida de biodiversidad en las últimas cuatro décadas y la creciente amenaza de deslizamientos–, las higueras centenarias ya constituyen un componente esencial para nutrir, innovar y proyectar el pasado hacia el futuro con repercusiones que aún no podemos vislumbrar, pero que sin duda generarán nuevos interrogantes sobre las inesperadas rutas que puede tomar un alimento desde su origen en el tiempo. En este caso, resulta singular que un árbol euroasiático tenga en Siguas a su manifestación más antigua en estado productivo, al menos en este momento de la historia.
Large monocultures and land-use change put biodiversity under great stress and endanger much more than agricultural ecosystems. Biodiversity friendly land management practices safeguard the environment, help keep farmlands secure, protect wildlife and plant the seeds for future prosperity.
A large natural stream of water flowing in a channel to the sea, a lake, or another river. A river provides essential benefits in the form of drinking water, irrigation, transportation, food, and aesthetics. Agriculture is a major beneficiary as well as a major source of river pollution. A number of pollutants enter our rivers from agriculture, including sediment, nitrates, phosphates, metaldehydes, pesticides and herbicides.
Writer, Photographer, Videomaker
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